Reseñas
Eduardo, la pelopincho
septiembre 16th, 2014
LA MIRADA SUBJETIVA, Buenos Aires.
Por Jorge Caporale.
Hay cuestiones que han atravesado durante muchos años los textos dramáticos, que en cada contexto histórico y cultural se reciclan y aparecen transformadas, narradas con otras palabras y puestas en cuestión desde distintos parámetros de lectura. Tal es el caso del llamado “mundo de los adultos”. Esas relaciones y problemáticas son siempre complejas y sesgadas muchas veces por axiomas que en general, resultan por lo menos de dudosa comprobación. El teatro se ha dedicado a menudo a rascar la pátina de las verdades reveladas, a hurgar en la pintura de lo aparente, descascarándola y dejando al descubierto alguna verdad que se resiste a aflorar como tal y que cuando surge no hace otra cosa que desnudar y poner a la vista lo descarnado, lo cruel, lo forcluido, eso que brama pero que no se escucha, eso que se mira pero que no se ve. En el texto de Magdalena De Santo las interacciones entre los adultos se plantean en relación al mundo y a las necesidades de los niños de los que se saben responsables. En este sentido y sin caer en condenas que serían injustificadas, ni moralinas vetustas, explora en un lúcido abordaje el concepto de enajenamiento, (según el diccionario, en una de sus acepciones; “falta de atención a causa de un pensamiento o de una impresión fuerte”) la ineludible incidencia, el atravesamiento, la erosión, que el sistema económico- social hegemónico produjo en las relaciones intersubjetivas y familiares, que no dejan de exhibirse, aunque por el mismo efecto del condicionamiento contemporáneo, se naturalicen, dando lugar a la banalización de conceptos como el amor filial, el matrimonio o la maternidad.
La puesta, desde una posible mirada, pone en escena estas relaciones entre adultos marcadas por los agujeros afectivos, que cada personaje transmite desde su singularidad, evidenciando cierta brisa de perversidad, de conductas psicopáticas, de narcisismo maltrecho, de inconsistente psicologismo y hasta de baboso pensamiento progresista.
Con un trabajo excepcional sobre los estereotipos pone en tela de juicio las nociones de amistad, solidaridad y preocupación por la niñez, descorriendo las raídas cortinas de lo aparente para exponer con humor negro la vulnerabilidad de lo humano, las aristas oscuras, la labilidad de los vínculos y su pureza.
Mientras tanto “el mundo de los niños” reducido a una pileta Pelopincho, que motoriza el conflicto del relato, yace oculto en un grito sordo, persiste, en una gaveta de gas, negada una y mil veces, tanto como para impedir que alguien forzara esa puerta y hallara en todo caso, cualquier verdad de la que hubiera que hacerse cargo, a pesar de todo. Con el encierro de fondo, iluminado, la cumbia absurda de la vida, nos resume y nos interpela, sin piedad.
Con mano sensible y criteriosa De Santo conduce a los actores por un camino que los lleva a encontrarse con sus criaturas logrando un fructífero compromiso con la esencia de cada una. Yaisa Conti Ferreyra exprime a su Gabriela hasta sacarle todo el jugo de dramatismo y hartazgo, poniéndole el cuerpo y el alma dando en el verosímil de esa madre que sangra de todo, todo el tiempo, en un trabajo que merece destacarse. Laureano Lozano compone a su Eduardo con precisión, poniéndose al hombro al padre que nunca dejó de ser hijo, al infantil hombre patético que presume de su posición de seductor intelectualoide y lo hace sin perder el norte, con notable idoneidad. Eleonora Schajnovich aporta con naturalidad y solvencia, la ambigüedad, transita sin fisuras entre la racionalidad y la corriente del descalabro colectivo que termina arrastrándola. Belén Boquet compone a su Laurita que parapetada en sus teorías de psicóloga berreta, finalmente sucumbe a su extrema vulnerabilidad pintarrajeada. Cecilia Sgariglia en esa madre victimizada, casi un monumento a la hipocresía nos regala sus dotes de actriz potente, dúctil, capaz de ponerse en la piel de cualquier personaje siempre con la misma fuerza y afinando en la nota justa, dando testimonio, una vez más de su amor al teatro y de su inmenso talento. Más que simbólico el diseño de escenografía de Fernanda Guaglianone que con tanto “celeste” engrandece el trabajo y nos sumerge en las turbias aguas que corren en el apacible patio familiar. Acertada iluminación de David Seiras e impecables elementos musicales de Eleonora Schajnovich y Franco Calluso. En suma, un equipo de artistas independientes que hacen de “Eduardo, La Pelopincho” una obra que apela con acierto al humor para ahondar en un tema áspero y polémico del que seguramente nadie saldrá indiferente. Aplausos cerrados para un trabajo cuidado y de excelencia. Imprescindible.
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