Obra

Un joven viudo con excelentes dotes para posar como cadáver consigue empleo en la misma casa funeraria que se ha hecho cargo del entierro de su mujer. El dueño de la empresa descubre algo en él, algo que no sabe o no quiere nombrar, pero desea desde el fondo de su profesión. Entonces se confabula con su enigmática asistente y prontamente se disponen a iniciarlo en la faena lujuriosa de los tajos, las inyecciones y las suturas. Afuera el invierno arrasa. Con esta nieve será difícil llegar a Recoleta o siquiera cruzar Avenida Warnes. Aumentan los casos de suicidios. Hay problemas con el suministro eléctrico. A la gente no le queda más remedio que trabar relaciones inciertas y aleves, bajo la gravitación de un curioso pasado que se niega a desaparecer. ¿Hay algo más dulce que embalsamar con las propias manos el cuerpo del ser amado? Recorrer con precisión quirúrgica la piel que nos exaltaba el deseo y la pasión. Elegir el gesto tierno, lascivo, definitivo, para los labios que ya no besaremos. ¿Hay placer comparable? El trabajo con los cuerpos es lo que más satisfacciones ha dado a quienes llegan aquí. Y nadie ha podido sustraerse a este hechizo: la única forma de salir de acá es que no queramos irnos de acá. El teatro es un lugar donde las cosas se nos muestran como lo que siempre fueron: otras. Amables espectadores: contamos con vuestro ingenioso arbitrio y dejamos en sus manos la picardía de decidir si las transgresiones que aquí veréis (ya sutiles, ya groseras) derriban para siempre o confirman, una vez más, el imperio de las convenciones teatrales.