Reseñas
Atrapados en “The Good”
mayo 16th, 2016
VAVIENE, La Plata.
Por Rebeca Kraselsky.
“The Good” se desliza en el tiempo recomponiendo fragmentos de una historia, sembrando la duda y la expectación. La obra juega en secuencias rítmicas y construye espacio para lo ritual: comer, dormir, fumar, hablar. A través de sus personajes se describen circuitos de incertidumbre. “Están pasando cosas” dice el protagonista, parece un proceso irreversible. Esta pieza es una apuesta que desafía a los actores por su exigencia y pone en jaque a los espectadores. Los textos y las imágenes de esta pieza orbitan en silencio aún fuera de la escena, cuando ya hemos salido del teatro, a cuadras y tiempo de haberla visto.
La estructura de la obra está a la vista. Su escenografía permite ver a los lados el escenario. En primer plano, fuera de cuadro, un músico reitera sonidos del modo en que se reiteran en la obra el movimiento y la voz y los diálogos, iguales y distintos en un andar sin pausa por el vértigo de la acción. “The Good” no se apaga ni siquiera en la oscuridad del entreacto, a la hora de los cambios mínimos y caprichosos de los objetos en la escena. Un sigiloso actor interviene en las penumbras y pretende no ser visto, manipula los elementos que anticipan el siguiente cuadro.
Como en el reverso de la galera de un mago, en “The Good“, creemos poder ver la rutina del conejo blanco antes de salir de la galera.
Un cartero, una casa, una pila de cajas que entregar, una hija, una mujer, un repartidor de pizzas a domicilio, un novio, un asistente de escena y un músico… también Clint Eastwood, proyectado, espera el duelo, fumando. En las pequeñas acciones transcurren las transformaciones y las mínimas tragedias que, tratadas con humor, arrancan la risa que huye hacia el absurdo. Los textos difíciles y acelerados se apiñan en el cuerpo de los actores que respetan el límite impuesto por el movimiento marcado y cíclico. Desde el centro de la acción emergen las palabras como un trabalenguas, a veces absurdo y provocativo. Los cuerpos dicen algo, mientras las voces en delay los desmienten o los completan.
Se trata de un desafío del que sobrevive el hábil ingenio actoral que se expone. ¿Cómo respetar el límite secreto de fumar a un tiempo pautado, de mirar sin ver, de hablar sin escuchar, del contestar antes de que sea formulada la pregunta?
Una imagen del protagonista solo, proyectado en la escena, se recupera una y otra vez, como un símil tragicómico del personaje principal de un “Spaghetti western” en clave contemporánea. En una televisión aparecen fragmentos de “El bueno, el malo y el feo” (“The Good, the bad and the ugly“), “la” película de Sergio Leone de 1966. Un acercamiento al Clint Eastwood fumador en soledad que explora con su mirada un horizonte ficticio construyendo el prototipo rudo de quien se distancia de sus emociones, atrapándolas secretamente. Los personajes de “The Good”, tal vez recorran ese mismo camino una y otra vez distanciándose de aquello que sienten, como si fuera algo fuera de ellos que transforman en personaje encastrado en un esquema y habitado por rituales.
La acción se condensa en una historia sorprendente que, en su transcurso, empuja los límites de los actores más allá. Contener y atrapar la emoción, hacerla circular sin que se salga del curso exigido por la puesta en escena marcada a los personajes es una apuesta de toda la pieza. Sólo el protagonista, ese Clint Eastwood de historias cotidianas, se transforma durante la acción. La emoción aflora y, con ella, la desesperación por momentos hilarante que envuelve al público sorprendido por una propuesta diversa y original.
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