Reseñas

Mala Madera

Mala Madera

junio 8th, 2015

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PORTAL “NATASHA IVANNOVA”, Buenos Aires.
Por Bea Hermida.

Una mesa en el centro del escenario funciona como bisagra para dividir el espacio familiar y el taller de trabajo.

La mesa es ese espacio familiar indisoluble, donde se alimenta y construye la cotidianeidad de lo que identificamos como propio. Es también parte de esos lugares repetidos en el sistema familiar o la idea que tenemos del lugar que queremos ocupar o de la familia que desearíamos tener. A su vez nos confronta uno con otro, a repetir o romper, a cuestionar esos lugares dados. ¿Qué lugar ocupa uno en la mesa familiar?

Del otro lado, el taller de trabajo donde se respira la intimidad de lo que intenta ser una relación padre-hijo. Espacio de formación, de perfeccionismo y masculinidad tradicional.

La obra empieza dejándonos espiar por la ventana en la intimidad cotidiana del desayuno de una familia sencilla de un pequeño pueblo de la patagonia argentina. Los lugares fijados desde la tradición, la mujer ocupada de la casa, los hombres siendo alimentados para encarar el trabajo.

El ritmo inicial es bueno, una ágil presentación de los personajes y una exposición clara de la armonía sobre la que se construirá y cargará la expectativa alrededor de la llegada de Ricky, hermano de María Rita, desde la capital.

Con la llegada de Ricky, la mesa familiar irá transformándose. Compartir la comida y la nueva vida puede convertirse en un tenso reconocimiento de los puntos que ya no se tienen en común con el otro, de la lejanía del que nos era tan cercano. Retratarnos ante el otro, es también elegir que se cuenta y que se calla. ¿Qué lugares no dejamos visitar a quien nos visita? ¿Qué se esconde en cada bocado que nos tapa la boca? ¿Cuándo sentimos amenazado nuestro territorio familiar?

Dado vuelta el taller se nos revela la habitación de Mariano (Jorge Eiro), espacio crucial para el desarrollo del conflicto. En él se jugarán las tensiones respecto a la territorialidad familiar. ¿Pertenece más el que está presente encajando en los vacíos de la familia, o pertenece más aquel familiar cercano que con el tiempo se hizo lejano?

La escenografía y vestuario están bien desarrollados, en el caso del vestuario marca notoriamente la diferencia entre los personajes locales y el visitante que viste una impronta completamente distinta.

La iluminación es buena, en general cumple de manera correcta y tiene un par de momentos con luces muy puntuales usadas desde la escena que se destacan.

El diseño sonoro es interesante, suma a la carga sobre ciertos momentos de tensión o colabora con la construcción del ambiente.

Es un acierto de la dirección de actores el trabajo de construcción de personajes. En general todos están bien colocados y gozan de especificidad. Destaca María Rita (Solana Pozzi) con un ritmo y naturalidad cautivadora. Una mezcla de encanto y fragilidad que sostiene a lo largo de la puesta y que estalla con mucha potencia hacia el final. Por otro lado es excelente el trabajo de Jorge Eiro, con una construcción vocal y física impecable. El ritmo del personaje es claro y especifico, imposible que pase desapercibido. Sin duda lo mejor de la obra.

Finalmente, el todo resulta interesante en tanto nos invita a reflexionar sobre “el otro”. ¿Por qué nos amenaza tanto la diferencia? ¿Qué espejo o qué reflejo tan lejano como hondo nos genera la llegada de un “otro” que nos paraliza? ¿Qué trae el que viene del pasado, del allá, de lo que fuimos o de lo que somos que nos aterroriza tanto?

CALIFICACIÓN: 4 (cuatro) estrellas.

ENLACE: natashaivannova.wix.com/MalaMadera

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